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Las mujeres de Picasso


Historia Grata blog de historia

“Yo no busco, encuentro”, dijo Picasso. Esto podría afirmarse de su relación con las mujeres. Su nieto Olivier lo dejó más claro: “Mi abuelo era un rey sol, un astro dominante. Las mujeres eran los planetas satélites, girando satisfechas sobre sí mismas, acercándose a la estrella, a veces alejándose –si es que él no decidía enviarlas al otro extremo de la galaxia, donde se extinguían”.

Toda su vida el pintor malagueño estuvo rodeado de mujeres que fueron inspiración de su arte, indisociables de sus mejores obras desde los años bohemios al éxito de su madurez, pero entre todas ocho de ellas fueron fundamentales: Fernande Olivier, Eva Gouel, Olga Koklova, Marie-Thérèse Walter, Dora Maar, Françoise Gilot, Genevieve Laporte y Jacqueline Rocque. Sus historias de amor fueron dramáticas y amargas. Él las enamoraba pintándolas y cuando dejaba de hacerlo ya sabían que otra había aparecido para convertirse en su nueva modelo.

No en vano también dijo el pintor que no se había enamorado nunca. Con el tiempo y el éxito económico, sus aventuras se multiplicaron. Era un hombre carismático y de mirada hipnótica (su nieto Olivier decía que “violaba” con la mirada) que despertaba la turbación femenina, y no pocos maridos estuvieron celosos, aunque los hubo que le ofrecieron directamente a sus mujeres.

Picasso era un apasionado de la vida y del amor, también de las mujeres. Ya en su Málaga natal vivió rodeado de ellas, de su madre, de sus hermanas y de sus tías, todas lo idolatraban, consagradas a él como a un rey, al parecer busco lo mismo el resto de su vida.

Fernande Olivier

De 1904 a 1911, en la época en que vivió el pintor en Montmartre en el Bateau Lavoir, un viejo caserón de madera, no muy lejos de la chamarilería donde vendía sus cuadros, del circo Medrano y del café Au Lapin Agile, centro de reunión de los bohemios, le amó Fernande, aunque su nombre auténtico era Amélie Lang; una modelo hermosa pero corpulenta. Ambos tenían veintidós años. De profundos ojos verdes, famosa entre los artistas, y que nunca quiso aceptar las proposiciones de matrimonio de él. Era la época en que el pintor malagueño y su pandilla de amigos tenían que conformarse con comer todos por solo dos francos diarios y Fernande cocinaba para ellos y les llenaba el estómago. Él la pintó numerosas veces, pero con el paso del tiempo ­–y la fama que comenzó a adquirir el pintor– se cansó de ella, quería dejar la vida bohemia y encontrar una chica manejable, no rebelde como Fernande. Y la oportunidad se le presentó en una fiesta en 1911 en que conoció a otra...

Eva Gouel

De 1911 a 1915 el pintor estuvo con Eva, su gran amor –la primera y tal vez la única mujer a la que amó según dicen algunos expertos en Picasso–. Su verdadero nombre era Marcelle Humbert. Cuenta la leyenda que durante la mencionada fiesta Picasso presentó un cuadro cubista que disgustó a Mattisse, que se enfrentó con él y preguntó si había alguien allí capaz de ver algo en el cuadro. Sorprendentemente Eva, otra chica de la bohemia, menuda, dulce y muy bella, dijo que era un retrato del marchante Vollard. Todos quedaron fascinados, Picasso el primero, que le preguntó cómo lo había reconocido. Ella contestó que “mirando el cuadro con los ojos entreabiertos”. El pintor la llamó “Ma Jollie” y sintió por ella una pasión adolescente a la vez que sus cuadros comenzaron a cotizarse más que los de Matisse, ya era famoso y empezaba a ser rico. Picasso abandonó por tanto Montmartre para instalarse en Montparnasse, el barrio de ella, pero la muchacha, que entonces tenía veintisiete años, enfermó gravemente, padecía cáncer de garganta, y el pintor iba a visitarla todos los días al hospital. Por aquel entonces el dolor de Pablo no fue óbice para que tuviera una aventura con Gaby Depreye, una chica de la misma edad de Eva e igualmente bella, y que rechazó la propuesta de matrimonio de Picasso.

Olga Khokhlova

De 1917 a 1929 el pintor compartió su vida con Olga Khokhlova, quizá la mujer que más le influyó, la primera con la que se casó –por la iglesia ortodoxa– y la madre de su primer hijo, Paulo. Cuando la conoció ella era una joven bailarina de veintiséis años del ballet ruso del famoso Sergei Diaghilev. Hija de un general, de noble familia, y con un fuerte carácter. Se dice que la madre de Olga le pidió que no se casara con el artista: “No creo que ninguna mujer pueda ser feliz con él”. Por aquel entonces el pintor, adaptado a los gustos elitistas y refinados de la muchacha rusa se mudó al centro de la ciudad, a la calle La Boétie, en el barrio de los Campos Elíseos, una zona poblada de galerías, anticuarios y marchantes, lejos de sus antiguos amigos de la bohemia a los que Olga detestaba. Picasso pasa estos años con Olga de fiesta en fiesta, entre las clases altas de París, y veraneando en la Costa Azul, el lugar de moda, pero decidió alquilar un apartamento en el mismo edificio donde vivía para convertirlo en su estudio. Pintó numerosos cuadros de su esposa, pero el carácter de la rusa y del malagueño chocaban constantemente y la vida doméstica se tornó incómoda, tempestuosa. Le dijo el pintor a su amigo Apollinarie: “No soy demasiado infeliz”. Conoció casualmente a una jovencita suiza de 17 años a la que abordó en la calle: “Señorita, su rostro es interesante. Me gustaría pintar su retrato. Siento que juntos haremos grandes cosas. Soy Picasso”.

El pintor estaba sujeto al régimen económico de comunidad de bienes que incluía las obras de arte. Como el divorcio era imposible por la nacionalidad española de Pablo, este entabló una demanda de separación. El tribunal falló a favor del pintor al que le confió la guardia y custodia de su hijo Paulo y ordenó la separación de cuerpos y la repartición de bienes. Aunque ella apeló a todas las instancias al final la separación se impuso, sin embargo Olga, a la que algunos acusan de ambiciosa –cuando conoció a Picasso él ya era rico–, nunca reclamó la división de los bienes a los que tenía derecho. Rechazada la riqueza conservó lo más preciado para ella, su condición de esposa de Picasso.

Marie-Thérèse Walter

De 1929 a 1936 el pintor convierte a la joven Marie-Thérèse en su amante sin importarle que era una menor de edad y él un cincuentón –ya lo dijo el pintor, “un hombre tiene siempre la edad que tiene la mujer que ama”–, y así, mientras ocultó a la sociedad su relación, pues no solo era menor sino que él estaba casado con Olga, la pintó constantemente. La chica era justo lo que deseaba el artista entonces: dócil, alegre y de trato suave, todo lo contrario de Olga, y se convirtió en su nueva fuente de inspiración. Le compró un apartamento cerca de su casa y en ocasiones la disfrazaba de chófer para viajar con ella, pues la chica conducía el Hispano-Suiza del pintor. Picasso compró el castillo de Boisgeloup con la idea de que fuese la residencia de Marie-Thérèse e incluso la instaló en un apartamento en la calle La Boétie, al lado del domicilio conyugal con Olga. Thérèse le dio una hija, Maya, pero el inconstante Picasso también se cansó de su nueva amante. Otra mujer, más sofisticada e interesante, había aparecido en su vida. La desgraciada Marie-Thérèse nunca olvidó al pintor, no solo guardaba como un tesoro esos fetiches de Picasso (su cabello, sus uñas...) que le permitieran poseer de alguna forma al veleidoso artista, sino que fue víctima de su abandono y cuando el pintor falleció, ya hacía mucho que no estaba con ella, se suicidó.

Dora Maar

De 1935 a 1943 el pintor, con cincuenta y cinco años, se interesó por otra joven de veintinueve años, la fotógrafa Dora Maar, que era una hermosísima mujer pero no una modelo sino una artista como él, moderna e independiente, liberada, por eso el choque de fuerzas fue inevitable. De excelente familia, había tenido una vida privilegiada y cosmopolita, quizá precisamente por eso era militante de extrema izquierda y practicante del surrealismo, creyente del arte comprometido, por lo que conectó pronto con Picasso. Ya había sido amante del escritor Bataille y del cineasta Chavance, y aceptó que Picasso se encontrara en plena separación de Olga y en relación con Marie-Thérèse.

Alquiló Pablo un estudio en la calle des Grands-Augustins para poder trabajar y también encontrarse con Dora. Un día apareció de improviso Marie-Thérèse que al ve a Dora dijo: “Vaya, hay más cambios. Un poco más y me sentiré como una extraña”. Después diría: “El monstruo nos obligaba a llevar los mismos vestidos”. Al fetichista pintor le gustaba que ambas vistieran igual así que un día hubo una confusión en el reparto y Thérèse vio en un paquete la dirección particular de Dora. Así que fue a verla y se enfrentó con ella. La situación se convirtió, en palabras de su nieto Olivier, en un vodevil hasta el punto de que Thérèse fue al estudio des Grands Augustins para aclarar las cosas con Pablo que le agradeció arrancarlo de las garras de esa “horrorosa”. Así definió a Dora. Pero esta se presentó de súbito y le preguntó: “Pablo Picasso, ¿me ama usted?”, a lo que este le respondió que solo amaba a Thérèse, y esta la agarró y la echó a la calle.

La independiente Dora aceptó entonces una situación de sumisión con Picasso, viviendo en la clandestinidad, sin mostrase en público con él, de la que nunca se recuperó. Incluso dijo: “Sin Picasso no hay nada. Después de Picasso solo queda encontrarse con Dios”. Ella documentó fotográficamente todo el proceso de creación del Guernica, y se ha dicho que fue la mujer más inteligente en su vida. Pero él la abandonó por dos nuevas mujeres que aparecieron casi a la vez. La pobre Dora sufrió incluso alucinaciones y el psiquiatra Lacan y el poeta Paul Elauard criticaron el egoísmo de Picasso... (continuará)

Imágenes

A partir de los retratos de Marie Thérése (ca. 1922, Colección Maya Picasso); Fernande Olivier; Olga Khokhlova; y Dora Maar (realizado por Man Ray en 1936).

Para saber más

Olivier Windmaier Picasso, Pablo Ruiz Picasso: Retratos de Familia, Algaba, 2003.

Luis Mamerto López Tapia, “Las mujeres de Picasso, en Picasso vuelve, Málaga, 2003, pág. 140-162.

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