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Las 007 del Renacimiento: las bellas espías de Catalina de Médicis


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Catalina de Médicis entrenó a un grupo de jóvenes y bellas espías, a las que denominaba su "escuadrón volante". Iban ricamente ataviadas y ejercían el poder oculto y eficaz de la seducción y del placer, con el cual conseguían el dominio sobre los hombres. La principal misión de esta red de infomación y contactos era atraer a los cortesanos a la diversión, al ocio y al amor.

La reina madre

Catalina de Médicis fue una reina singular. Una mujer fuerte en un puesto tradicionalmente de hombres. Había llegado a Francia en 1533 a la tierna edad de catorce años para convertirse en la esposa de Enrique, el duque de Orleans, el segundo hijo del soberano Francisco I. Pero el delfín murió y el duque de Orleans se convirtió, de manera inesperada, en heredero del trono al que subiría como Enrique II en 1547. Pero su reinado solo duró doce años pues, falleció a consecuencia de una terrible herida sufrida en un torneo. Catalina de Médicis tuvo que velar por sus hijos y para ello renunció a toda vanidad y solo llevó vestidos y velos negros, en lugar del blanco que era el color del luto de las reinas.

Sucesivamente subieron al trono sus hijos Francisco II, Carlos IX y Enrique III. Catalina de Médicis ya no abandonó la política, ejerció bien como regente bien como consejera cuando sus hijos alcanzaron la mayoría de edad. Se ha dicho que tenía un gran control sobre sus hijos y un excesivo apego al poder, pues como buena florentina y heredera de la familia Médicis unía a su ambición dotes políticas y diplomáticas. Pero también las circunstancias la obligaron por la incapacidad de sus hijos, aquejados de las manías y las enfermedades hereditarias de los Valois.​​

Catalina de Médicis

El “escuadrón femenino” de Catalina de Médicis

La espléndida corte de la reina Catalina pretendía el triunfo de Venus e impedir que Marte volviera a tomar las armas. Eran duros momentos en Francia, una época marcada en el exterior por las guerras contra otros países europeos y en el interior por las guerras de religión que asolaban el país, amenazado además por las pretensiones autonomistas de los grandes feudatarios. Catalina de Médicis quería mantener el patrimonio y los dominios de sus hijos y para ello utilizaba todas las artes a su alcance, no en vano era una admiradora de las teorías neoplatónicas de Marsilio Ficino y una seguidora de Maquiavelo.

Para ello discurrió un plan excelente: dispuso donde quiera que se encontrase su corte una sucesión de fiestas, banquetes, bailes, mascaradas, conciertos, espectáculos, justas, torneos y carruseles, sin fin. No había derrota militar, matanza o carestía que interrumpiera los espectáculos y diversiones. Ello se ajustaba a un preciso diseño político: seguía el ejemplo de su suegro Francisco I el cual decía que “para vivir en paz con los franceses y asegurarse su afecto hay que tenerlos alegres y ocupados”, y que “una corte sin mujeres era un jardín sin flores”.

Catalina impuso la fuerza pacificadora del placer y para ello animó a la nobleza a frecuentar la corte, a católicos y protestantes por igual. Allí los esperaba un grupo de al menos ochenta damas, el “escuadrón volante” de Catalina de Médicis. Aquellas mujeres eran a decir de los coetáneos “el ornamento de Francia”: jóvenes, bellas y aunque iban maravillosamente ataviadas no tenían una función ornamental, sino una menos visible, ejercían un poder oculto, impalpable y sumamente eficaz, basado en la estrategia de la seducción y en su “dominio” sobre los hombres. La principal misión del “escuadrón volante” era atraer a los cortesanos al juego de los sentidos.

Baile en la corte de Catalina

El “escuadrón” femenino de Catalina de Médicis formaba una red de contactos paralela al poder oficial, constituida por la etiqueta y el código del honor, y basada en la reserva y el secreto, que permitía a padres, maridos, hijos y hermanos obtener valiosas informaciones, transmitir mensajes, establecer alianzas o promover matrimonios y todo ello de manera informal sin arriesgarse a los rechazos oficiales. Aunque también se prestaba a las conspiraciones e intrigas, a las rivalidades, odios y venganzas.

Para las propias damas suponía un privilegio extraordinario y una ocasión excepcional de obtener favores y beneficiar a su familia, eso sí, guardando obediencia a la reina Catalina y discreción absoluta. Las damas de la reina Médicis eran una escuela de cortesía, galantería y buenos modales. En esta época la expresión “hacer el amor” significaba coquetear, conversar. El caballero que se atrevía a algo más podría ser expulsado de la antecámara de la reina. Tales conversaciones podían tornarse más íntimas siempre que no causaran un escándalo: la “hinchazón del vientre” suponían el alejamiento inmediato.

​​Con el paso de los años la reina madre se fue haciendo menos intransigente en cuanto a la moral del “escuadrón volante”. Se dice que en mayo de 1577, en Plessis-les-Tours, a orillas del Loira, Enrique III dio una fiesta en la cual era obligatorio ir ataviado de verde (el color de la locura) que se transformó en una orgía en la que los hombres iban vestidos de mujer y las mujeres de hombre. La reina madre tres semanas después ofreció un banquete no menos escandaloso durante el cual las más exquisitas damas de la corte iban “medio desnudas con el cabello suelto y desgreñadas”.

Así los Valois se ganaron el odio hugonete. Los protestantes emprendieron una campaña de demonización, los libelos de la época pintaban la corte como sede de todos los vicios. Tanto es así que Juana de Albret, la reina de Navarra, temía que su hijo Enrique –que iba a desposar a la princesa Margarita, la hija de Catalina de Médicis– quedase “contaminado” y su alma “extraviada” para siempre. Y eso precisamente sucedió: el poder de atracción de esta corte fue tal que a la muerte de Enrique III sin herederos, Enrique de Navarra ocupó el trono de Francia como Enrique IV. El nuevo rey confió al mariscal Biron su propósito de tener una corte “en todo semejante a la de Catalina”, a lo que respondió Biron: “No está en vuestro poder ni en el de los reyes que vendrán después de vos el lograrlo, a menos que convencieseis a Dios para que hiciera resucitar a la reina madre”.

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Para saber más

Benedetta Craveri, Amantes y reinas: El poder de las mujeres, Madrid, Siruela, 2006.

Imágenes

A partir del óleo de Agnolo Bronzino, Mujer joven con su hijo, ca. 1540, National Gallery, Washington DC.

A partir del óleo de autor anónomimo de Catalina de Médicis, ca. 1550, Palacio Museo de los Uffizzi, Florencia

A partir del óleo de autor desconocido de la escuela francesa, Baile en la corte de Enrique III, segunda mitad del siglo XVI, Museo del Louvre.

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